Comentario
El enfrentamiento franco-inglés y la alianza anglo-borgoñona creaban una situación causante de fuertes tensiones en la Europa del momento. El problema había de tener un amplio tratamiento en el Concilio por lo que, en sí mismo, suponía de obstáculo a los objetivos del mismo, pero, también, porque Segismundo estaba muy interesado en impedir la cristalización de una Monarquía borgoñona.
Carlos VII quería aproximarse a Borgoña, a pesar de los obstáculos que se oponían a ello, porque, al separarla de la alianza con Inglaterra, los proyectos de esta Monarquía quedarían seriamente afectados. Ese ambicioso proyecto no podría lograrse sin la convocatoria de una conferencia de paz, objetivo en cuyo logro trabajará denodadamente el Concilio, cuyos fines se vetan muy dificultados por aquella situación. También Borgoña deseaba un entendimiento con Francia porque la "doble Monarquía", pretendida por Inglaterra, no resultaba ya una buena perspectiva; el problema es que había que abandonar la alianza con Inglaterra de modo honorable.
Lograr la paz era también un motivo de prestigio, tanto para el Concilio como para Eugenio IV; así, la búsqueda de la paz será un nuevo motivo de enfrentamiento entre Papa y Concilio.
Tal es el sentido de la conferencia de Arrás, en la que tanto el Papa como el Concilio se hallan junto a las partes implicadas. Inglaterra abandona muy pronto la negociación, pero Francia y Borgoña prosiguen hasta alcanzar un acuerdo, el tratado de Arrás, cuyo contenido es puntualmente recogido en las actas del Concilio.
Se hizo, además, un gran esfuerzo por parte conciliar para lograr que Inglaterra se sumase al acuerdo; no logró éxito alguno, porque el monarca inglés, Enrique VI, no sólo no firmó la paz sino que realizó una ofensiva diplomática, sin resultados, tratando de lograr apoyos a su negativa a la paz.
Como consecuencia de la actuación conciliar, Inglaterra, desde finales de 1435, se distancia totalmente de aquél; completa ese distanciamiento el fallo conciliar, también contrario a los intereses ingleses, en la cuestión de la prelación de asiento, que les había enfrentado con los castellanos. Lógicamente, Inglaterra será de las primeras en hacerse representar en el Concilio de Ferrara, convocado por Eugenio IV.
Francia, atenta a sus intereses, mantiene una postura poco definida entre el Papa y el Concilio; sólo cuando la ruptura es inminente, de acuerdo con Castilla, se pone de parte de Eugenio IV. Antes de abandonar el Concilio tratará de salvar la obra reformadora, adaptándola, desde luego, a los propios intereses.
Según el clero francés, los defectos que era preciso corregir no eran los habitualmente señalados -falta de formación, inmoralidad-, sino el intervencionismo pontificio en los nombramientos eclesiásticos; la multiplicación de las reservas de beneficios y la provisión de tales beneficios en favor de extranjeros fueron las cuestiones que les preocupaban esencialmente. Una asamblea del clero francés, celebrada en Bourges, redactaba un memorial de cuestiones a resolver y proponía las medidas que consideraba necesarias.
La reforma esbozada en Francia atendía únicamente a cuestiones beneficiales, abogando por una mayor autonomía de la Iglesia francesa en esa materia; en cuanto a los decretos del Concilio que limitaban el poder económico del Pontificado, se introdujeron tales limitaciones que, en la práctica, fueron rechazados.
Francia estaba a favor de cierta limitación de los poderes pontificios, pero rechazaba el objetivo conciliar de reducirle a la indigencia; esa sustancial modificación de la reforma diseñada en Basilea hace que Francia fracase en su intento de lograr que el Concilio ratifique el documento de Bourges, pero también impide que la rebelión conciliar desemboque en un nuevo Cisma.